Socialismo del XX, socialismo del XXI
Plantearse el Socialismo como modelo no implica únicamente avanzar hacia un espacio-tiempo ubicado en un futuro lejano. Esa visión teleológica y positivista del socialismo del siglo XX debe ser confrontada por el socialismo como práctica cotidiana, como problema, como valor intrínseco en nuestra radicalidad caribeña. El socialismo marca la diferencia de dirección y de movimiento. De dirección porque avanza hacia el lado opuesto del capitalismo al refundar una sociedad participativa, igualitaria y libre. De movimiento porque busca transformar la sociedad de manera constante, lo que permite su consolidación histórica. Por ello nuestro socialismo no puede ser dogmático como el socialismo del XX. Se trata de un proceso en constante reflexión y autocrítica. De lo contrario puede terminar petrificado e imposibilitado para lograr nuevas alianzas, comprender las identidades emergentes y las nuevas demandas sociales y sobre todo entender que la subjetividad que lo concreta es tremendamente diferente de la europea del siglo pasado desde donde se fundaron las experiencias socialistas del XX.
Si el socialismo del XX veía su implementación en un futuro utópico, el del XXI lo ve también en el pasado y en el presente donde se condensan las prácticas sociales que han permitido la supervivencia de solidaridades y prácticas que emergieron desde la hendiduras de nuestras luchas. Por eso Evo, cuando en el siglo pasado los indígenas eras sujetos que debían ser superados y transformados en obreros desde la lectura desarrollista del leninismo.
El planteamiento de las 3 R fue la posibilidad real de marcar la diferencia con el XX. No llevarlas a cabo, después de una derrota, es un signo de que el Estado se burocratiza de tal manera que está creando una "jaula de hierro" que despolitiza a la sociedad y recuerda los indeseables regímenes que se encargaron de aniquilar la idea de socialismo de una forma penosa: despopularizándolo. No permitir que esto sucede es una tarea del pueblo pero también un deber del líder.
El socialismo marca la dirección pero no sólo hacia el futuro sino en el presente mismo ya que la socialización es un proceso que comenzó hace muchos años. No sólo con la distribución de la riqueza petrolera, sino también con la socialización de imaginarios y modos de vida representados en nuestros movimientos sociales y en nuestro pueblo. Es también, y sobre todo, la socialización de la cultura popular. Es nuestra manera de organización. Está en nuestro modelo de familia. Nuestro ocio representa la mejor resistencia contra la relación Kapital-trabajo. Nuestra resistencia al ahorro calvinista implica una confrontación al modelo acumulador del protestantismo que conllevó al capitalismo.
Todo ello produce una visión-de- mundo hegemónica en el país. Podemos acordarnos de la fuerza redistributiva y solidaria del 27-F, de la popularización de los militares el 13 de abril, del apoyo masivo a las distintas decisiones presidenciales contra la oligarquía, de la defensa de las estéticas y prácticas culturales de los sectores populares que fueron criminalizadas y hoy son reivindicadas por los consejos comunales, comités de tierra urbana, las mesas técnicas de agua, los comités de salud, las organizaciones indígenas y demás eslabones del movimiento popular.
Con ello queremos decir que si queremos un socialismo del siglo XXI este no puede depender de la Ciencia y sus leyes históricas para pensarse. Eso sería hipotecarnos al siglo XX. El socialismo se viene pensando y realizando en el camino andado por las culturas populares que han avanzado en el tema de la socialización cultural, simbólica y solidaria y en la producción de una visión de mundo, como modo de vivir y comprender nuestro presente y cada nuevo paso estratégico en la defensa nacional. Es ello lo que hace posible la revolución bolivariana. El siglo XXI es el oxígeno del socialismo, su desburocratización y la inclusión de los nuevos movimientos que habían quedado subyugados en el socialismo del XX.
El socialismo del siglo XXI no puede caer en el error de entronizar una lectura-Dogma, sea marxista, leninista, maoísta o trotskista, que lo entumezca nuevamente, debe más bien definirse de una manera lo suficientemente flexible como para articularse con otros movimientos mundiales como los islamistas, los nacionalistas, los antiglobalización, los indígenas, los inmigrantes, el pueblo afgano movimientos estos muchas veces incomprendidos desde la ortodoxia ideológica que considera anacrónico todo aquello que no se ajusta a sus premisas cientificistas, economicistas y eurocéntricas.
La revolución bolivariana produce una concepción no economicista del socialismo. Una concepción que incluye a los indígenas que no quieren ser desplazados por un modo de producción universalista, sea de derecha o de izquierda. Los movimientos urbanos y barriales que exigen el reconocimiento social contra el modo de rotularlos como una anomalía urbana. Es el de las comunidades que producen una cultura que escapa a cualquier desarrollismo, poniendo, como dice Chávez, lo social (nosotros agregaríamos lo cultural) por encima de lo económico. Cada paso que damos en el XX entierra la propuesta del socialismo, cada espacio que gana el XXI edifica la constitución de una nueva hegemonía popular y democrática solidificada no desde las ideas teóricas de los pensadores europeos del XX sino desde las bases, las raíces, lo radical.
Si el socialismo del XX veía su implementación en un futuro utópico, el del XXI lo ve también en el pasado y en el presente donde se condensan las prácticas sociales que han permitido la supervivencia de solidaridades y prácticas que emergieron desde la hendiduras de nuestras luchas. Por eso Evo, cuando en el siglo pasado los indígenas eras sujetos que debían ser superados y transformados en obreros desde la lectura desarrollista del leninismo.
El planteamiento de las 3 R fue la posibilidad real de marcar la diferencia con el XX. No llevarlas a cabo, después de una derrota, es un signo de que el Estado se burocratiza de tal manera que está creando una "jaula de hierro" que despolitiza a la sociedad y recuerda los indeseables regímenes que se encargaron de aniquilar la idea de socialismo de una forma penosa: despopularizándolo. No permitir que esto sucede es una tarea del pueblo pero también un deber del líder.
El socialismo marca la dirección pero no sólo hacia el futuro sino en el presente mismo ya que la socialización es un proceso que comenzó hace muchos años. No sólo con la distribución de la riqueza petrolera, sino también con la socialización de imaginarios y modos de vida representados en nuestros movimientos sociales y en nuestro pueblo. Es también, y sobre todo, la socialización de la cultura popular. Es nuestra manera de organización. Está en nuestro modelo de familia. Nuestro ocio representa la mejor resistencia contra la relación Kapital-trabajo. Nuestra resistencia al ahorro calvinista implica una confrontación al modelo acumulador del protestantismo que conllevó al capitalismo.
Todo ello produce una visión-de- mundo hegemónica en el país. Podemos acordarnos de la fuerza redistributiva y solidaria del 27-F, de la popularización de los militares el 13 de abril, del apoyo masivo a las distintas decisiones presidenciales contra la oligarquía, de la defensa de las estéticas y prácticas culturales de los sectores populares que fueron criminalizadas y hoy son reivindicadas por los consejos comunales, comités de tierra urbana, las mesas técnicas de agua, los comités de salud, las organizaciones indígenas y demás eslabones del movimiento popular.
Con ello queremos decir que si queremos un socialismo del siglo XXI este no puede depender de la Ciencia y sus leyes históricas para pensarse. Eso sería hipotecarnos al siglo XX. El socialismo se viene pensando y realizando en el camino andado por las culturas populares que han avanzado en el tema de la socialización cultural, simbólica y solidaria y en la producción de una visión de mundo, como modo de vivir y comprender nuestro presente y cada nuevo paso estratégico en la defensa nacional. Es ello lo que hace posible la revolución bolivariana. El siglo XXI es el oxígeno del socialismo, su desburocratización y la inclusión de los nuevos movimientos que habían quedado subyugados en el socialismo del XX.
El socialismo del siglo XXI no puede caer en el error de entronizar una lectura-Dogma, sea marxista, leninista, maoísta o trotskista, que lo entumezca nuevamente, debe más bien definirse de una manera lo suficientemente flexible como para articularse con otros movimientos mundiales como los islamistas, los nacionalistas, los antiglobalización, los indígenas, los inmigrantes, el pueblo afgano movimientos estos muchas veces incomprendidos desde la ortodoxia ideológica que considera anacrónico todo aquello que no se ajusta a sus premisas cientificistas, economicistas y eurocéntricas.
La revolución bolivariana produce una concepción no economicista del socialismo. Una concepción que incluye a los indígenas que no quieren ser desplazados por un modo de producción universalista, sea de derecha o de izquierda. Los movimientos urbanos y barriales que exigen el reconocimiento social contra el modo de rotularlos como una anomalía urbana. Es el de las comunidades que producen una cultura que escapa a cualquier desarrollismo, poniendo, como dice Chávez, lo social (nosotros agregaríamos lo cultural) por encima de lo económico. Cada paso que damos en el XX entierra la propuesta del socialismo, cada espacio que gana el XXI edifica la constitución de una nueva hegemonía popular y democrática solidificada no desde las ideas teóricas de los pensadores europeos del XX sino desde las bases, las raíces, lo radical.
Estamos de acuerdo en todo, sobre todo insistir en que la transformación radical de los pueblos y estructuras de las Repúblicas y gobiernos es cultural, y lo social está en lo cultural. Mientras eso no lo entiendan muchos estaremos avanzando con obstáculos.
ResponderEliminarNinoska Lazo García de Aldazoro
Ociel, lo releí, me gustó muchísimo todo lo que dices y lo voy a comentar en un mensage para tu e-mail.
ResponderEliminarInês desde Brasil.